Adolescente es una de esas palabras evocadoras sobre la que tendemos a proyectar experiencias personales y generacionales. La relación que mantenemos con nuestros adolescentes está muy condicionada por cómo vivimos aquella etapa: lo bien y lo mal que lo pasamos, los miedos que padecimos, los placeres que experimentamos, las relaciones que establecimos con o contra la autoridad, la experimentación del riesgo en su doble vertiente positiva y negativa. También las relaciones generacionales juegan un papel importante. En España estamos muy influidos por la convivencia de generaciones que han sido educadas en la obediencia (cuando no en el autoritarismo) con otras educadas en la tolerancia (cuando no en la negligencia). Nosotros siempre tan extremistas.

Hace menos de dos siglos en Europa no existía la adolescencia. Con frecuencia al llegar a los catorce años -edad en la que suelen empezar los conflictos entre padres e hijos- uno de los padres ya había muerto y en cualquier caso, con una expectativa de vida mucho más corta que hoy, las relaciones intergeneracionales se regían por una solidaridad basada en una firme reciprocidad sin culpas ni complejos: <>.

En los medios de comunicación es bastante frecuente encontrar la palabra relacionada con problemas, crisis, consumo, consumismo, cuando no con cosas peores como drogas, violencia o accidentes de tráfico. Hay que reconocer que un determinado tipo de psicología ha contribuido a la definición de esa etapa como un periodo de problemas y crisis. Parece que ser adolescente implique ser problemático. Tanto se ha extendido el arquetipo que aquellos chicos y chicas que no lo son pueden preguntarse: ¿será normal que yo no sea raro o no esté en crisis?

El mercado ha encontrado un filón entre los jóvenes consumidores y ha decidido aportar su granito de arena a la definición de la categoría adolescente mediante sus poderosos medios publicitarios. Algo así como: <> o más específicamente <>.

La adolescencia como fenómeno generalizado es un invento bastante reciente muy vinculado a la prolongación de la escolarización efectiva del siglo XX. Anteriormente ya existía pero sólo entre una minoría de clase alta. Entre 1902 y 1998 en Europa y Norteamérica se incrementó en diez el número de años de escolarización real y por tanto también el periodo de tiempo de preparación para la incorporación al mundo del trabajo (incluyendo las labores domésticas y la categoría de aprendiz). Este desplazamiento de diez años de los ciclos vitales es un factor clave para entender la configuración actual de la adolescencia.

Si bien es verdad que la prolongación del periodo formativo ha contribuido históricamente al desarrollo de nuestra sociedad, hoy parecen necesarias medidas que faciliten la emancipación real de los jóvenes (vivienda, trabajo, etc.) y limiten la prolongación indefinida de esa etapa. También estamos necesitando un tipo de psicología que de cuenta de la evolución real de las familias, una psicología evolutiva familiar (y generacional), no sólo individual. Cada etapa del ciclo vital familiar tiene determinados retos y necesidades que afectan al sistema familiar y sólo pueden ser entendidos completamente desde esa óptica de conjunto. En esta etapa concretamente la familia tiene que apoyar el tránsito a joven adulto.

Quizá convenga repasar algunas de las adquisiciones de esas edades y sus consecuencias sobre las familias y la sociedad. Por ejemplo, el pleno desenvolvimiento del pensamiento abstracto y crítico conllevará un replanteamiento de las antiguas normas aprendidas en casa y en la escuela. También se someterá a examen la doble moral de los adultos y las contradicciones entre teoría y práctica. Las nuevas capacidades físicas y psicológicas exigirán la revisión de los términos de anteriores acuerdos. Habrá que volver a negociar. El desplazamiento del afecto de la familia hacia las relaciones con los iguales también puede “dejar huérfanos” a algunos padres y a algunos matrimonios basados casi exclusivamente en la paternidad y la maternidad. En definitiva, nuevas necesidades requieren nuevas respuestas, que sean o no problemáticas, que desemboquen o no en una crisis, dependerá del conjunto de la familia y no exclusivamente del adolescente.

Firmado: Alfonso Ramírez de Arellano Espadero