La función de la familia ante el consumo juvenil de drogas es muy relevante. Así se puso de manifiesto ayer en el marco del congreso «La familia en la sociedad del siglo XXI», organizado por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) y el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales. Según el director gerente de la Agencia Antidroga de la Comunidad de Madrid, José Manuel Torrecilla, la familia es el centro de prevención más eficaz del consumo juvenil de drogas.

Una prevención que debe empezar por una información suficiente sobre estupefacientes por parte de los padres. A juicio de Torrecilla, esta información «ha de ser siempre adaptada a la edad exacta y transmitida en el tono justo, sin dramatizar pero sin minimizar los efectos de las drogas». En este sentido, apostó por el diálogo entre padres e hijos a partir de «una información objetiva, extraída de fuentes fiables».

En su opinión, las líneas básicas que deben marcar este diálogo son establecer normas y límites que indiquen a los hijos lo que pueden y no pueden hacer, dentro del fomento de una buena relación afectiva en la que los padres creen para sus vástagos expectativas que se ajusten a sus capacidades.

Sin embargo, el diálogo sobre este tema, así como sobre el consumo de alcohol, no se presenta fácil en muchas familias. Según se desprende de un estudio elaborado por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción sobre la situación de la familia española, titulado «Hijos y padres: comunicación y conflictos» y que ha sido el punto de arranque de este congreso, los conflictos paterno-filiales por consumo de alcohol o de otras drogas no alcanzan el 10% de presencia frecuente o habitual.

Es decir, que a pesar de la convicción social sobre el problema que supone el tipo de actividades que los jóvenes realizan durante su tiempo de ocio de fin de semana, así como respecto al alargamiento de la noche de chicos y chicas, esas cuestiones después no se traducen, salvo en contadas ocasiones, en conflictos en el ámbito familiar.

Falta de comunicación

Ésta fue una de las conclusiones tras la realización de una encuesta a 1.000 jóvenes y otros tantos adultos, sus progenitores. Así, los padres suelen subrayar los conflictos de tipo doméstico (orden, dinero, horarios), mientras que sus hijos enfatizan los externos (sexo, amigos, consumo de alcohol y drogas).

En este sentido, el estudio afirma que el hecho de que estas situaciones potencialmente problemáticas no provoquen conflicto de manera frecuente o habitual en el 90% de los casos, puede ser interpretado «tanto como producto de diferentes percepciones como derivado de un cierto problema de comunicación (los padres serían ajenos a los conflictos «íntimos» de los hijos)».

Esta última idea es defendida por el director técnico de la FAD, Eusebio Megías, quien aseguró que «llama la atención que se produzcan tan escasos conflictos» cuando luego -explicó- uno de cada diez padres se siente desbordado o resignado ante la situación que se vive en casa. Al tiempo, subrayó que los padres tienden a minimizar o negar estos choques.

Los expertos consideran también que la familia juega un papel relevante frente a la exclusión social: es un «colchón» decisivo como «soporte de las situaciones de riesgos y vulnerabilidad». En consecuencia, abogaron por la «articulación de las políticas familiares y sociales», que para ser eficaces deben ser complementadas desde ámbitos tan importantes como la vivienda y el empleo.