Noche de sábado en una conocida plaza del Centro. Una chica toma una copa junto a sus amigos en el famoso «botellón» nocturno. Dos jóvenes bien presentados se le acercan. «¿Qué bebes?». Aunque pueda parecerlo, no tienen intención de ligar. Son miembros del Grupo de Escoltas, Menores y Atención al Ciudadano (Gemac) de la Policía Local. Cada fin de semana, estos agentes se confunden entre los jóvenes en los puntos estratégicos de la movida para vigilar el consumo de alcohol y droga de los menores en la calle.

El trabajo de este cuerpo no se queda en el mero apercibimiento. Tras comprobar los datos del menor, remiten una carta a los tutores en la que se detalla la sustancia en cuestión y el lugar donde fueron sorprendidos. A través de esta correspondencia, tan desagradable como útil, más de 200 padres se enteraron en 2002 de las actividades nocturnas de sus hijos. «Para algunos es un auténtico jarro de agua fría», comenta Sebastián Moreno, coordinador del Gemac.

Combinación explosiva

«Botellón» y salidas nocturnas siguen siendo la combinación explosiva que supone el primer acercamiento de los adolescentes al alcohol. El pasado año, la policía envió 110 cartas para alertar a los padres, y formuló 93 denuncias a locales por la venta ilegal de estas bebidas a menores. Según Moreno, los adolescentes se reúnen en calles céntricas y plazas públicas, cerca de las zonas de marcha. «El Mayorazgo y la plaza de la Merced son los puntos que concentran más jóvenes durante el fin de semana».

El «modus operandi» de los agentes es sencillo. Vestidos de paisano, se infiltran en los lugares típicos de la movida para coger a los jóvenes en su salsa. «Su respuesta ante la presencia de los policías es lógica. Dicen que es la primera copa y que no lo van a hacer nunca más», añade el coordinador.

El tema no es para tomarlo a la ligera. Un estudio reciente de la Fundación Sociedad y Alcohol subraya que el 44 por ciento de los adolescentes asegura que sus padres saben que consumen alcohol y, al menos, el 28 por ciento dice que se lo imaginan. Sin embargo, las reacciones de los padres pueden ser desproporcionadas. «Unos lo desmienten rotundamente, otros se quedan estupefactos, y no lo toman en serio y ni siquiera se ponen en contacto con nosotros», dice Moreno.

Fumar porros

Más alarmante si cabe es el aumento de los escritos remitidos a los padres por tenencia/consumo de drogas, que se ha duplicado en el último año. El hachís supone el 90 por ciento de las 104 cartas enviadas en 2002, mientras que las drogas sintéticas y, en menor medida, la cocaína abarcan el 10 por ciento restante. Para perseguir esta práctica no hay que irse muy lejos: «Los adolescentes se reúnen casi a diario en cualquier plaza de barrio», añade Moreno.

Una vez que son sorprendidos, falta saber si se trata de consumo o venta de estupefacientes, ya que los menores tampoco son ajenos al menudeo de droga. Para ello, hay un indicio incontestable que puede arrojar luz: la presentación del hachís. Según el coordinador del Gemac, el reparto de la droga en pequeñas dosis es una prueba de que se iba a destinar a la venta. De la misma forma, la presencia de las típicas navajas de bolsillo para cortarla es otra pista que puede determinar la finalidad del cannabis.

Pese a todo, la venta de droga a pequeña escala por parte de los menores no deja de ser testimonial. Sólo tres adolescentes fueron detenidos el año pasado ejerciendo esta actividad, dos de ellos en idénticas circunstancias: «pasaban» hachís en parques públicos a otros menores y pertenecían a ambientes marginales de la capital. Por contra, el otro menor participaba en una organización familiar en el tráfico de estupefacientes.

De otra parte, se encuentran los que utilizan el cannabis para consumo propio. La mayoría de ellos son conscientes de la gravedad de la infracción, de ahí que su respuesta sea mucho más dramática. «Los chavales te piden que no se lo digas a sus padres, y muchos se echan a llorar. Te da lástima, pero es por su bien», matiza Moreno.

En cualquier caso, el «mundillo» que rodea a los adolescentes plantea un problema a los padres por cuanto les resulta complejo y desconocido, aunque siempre hay donde echar mano para buscar ayuda. Una de las herramientas de la que disponen padres e hijos es el teléfono del Servicio de Atención a la Movida (SAM), que recibió más de 4.000 llamadas el año pasado.

«Sólo quieren saber qué les pasa a sus hijos y buscan una explicación a los cambios bruscos de comportamiento», relata el director del área de Juventud, Juan Jesús Bernal. Mientras, la mayoría de los adolescentes que llama, según Bernal, es para plantear una pregunta básica al salir de marcha cuando se está resfriado: «¿Qué pasa si mezclo alcohol y antibióticos?».

MÁS INFORMACIÓN

I Servicio de Atención a la Movida.

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