Pablo, tiene 44 años y hace 5 que concurre a las reuniones de Jugadores Anónimos. Describe su estado como de «locura», y mentía todo el tiempo. Según la plata que tenía decidía si ir al casino o al bingo, lugares que el consideraba ideales «las 4 paredes que lograban aislarme del mundo».

Según un estudio del Hospital Alvarez –única institución pública que realizó un relevo de la patología en 200 pacientes- un 75% de los jugadores compulsivos son hombres, la mayoría casados y con estudios universitarios.

Paradójicamente, el dinero no es un factor determinante para la compulsión, sino la codicia de arriesgar. Pablo pedía cheques, sacaba créditos, préstamos a familiares y conocidos y hasta recurría a servicios por Internet que le garantizaban efectivo ya.

En la meca del ludópata, hay estilo y buen nivel; amplia oferta gastronómica; shows en vivo y buena atención. Todo luce perfecto, atractivo y acogedor. Es en esta burbuja donde se sortea la vida del adicto, que siempre termina perdiendo.

Por eso una vez afuera, el mundo se desinfla: «Cuando salía de ahí me quería matar, iba a mucha velocidad y con ganas de meterme debajo de un camión.», cuenta Pablo a

La Asociación de Jugadores Compulsivos (JAC) se fundó hace 20 años, por iniciativa de un grupo de personas impulsadas por el doctor Alberto Cormillot. Fue el primero de nuestro país en nuclearlos. «Hicimos una convocatoria por televisión», cuenta Isabel Sánchez Sosa, una de las gestoras del movimiento.

Para Isabel, que además oficia de Instructora de Salud de JAC, el mundo de la adicción lúdica es un infierno gobernado por el autoengaño. En el grupo, los más antiguos (algunos van desde hace 16 años) suelen recomendar a los recién llegado tomar el tema con respeto. De lo contrario hay muchos riesgos de terminar «loco, preso o muerto».

«Es una enfermedad de naturaleza compulsiva que no puede curarse, al menos si controlarse», explica Silvia del grupo Jugadores Anónimos. En JAC, los jugadores se reúnen 2 veces por semana ($30 por sesión) y sus familiares cada 15 días. En Jugadores Anónimos, hay charlas todos los días y la concurrencia es libre y gratuita.

En el caso de las mujeres, la mayoría «cae» por aburrimiento. Y lo que comienza en apuestas esporádicas o algún «númerito a la quiniela» se convierte en abonadas a bingos y casinos.

Algunos hasta realizan un trámite de «Autoexclusión» por el cual ellos mismos (o algún familiar) se bloquean la entrada a los centros de juego.

«Para mi jugar era lo que a una persona hacer el amor, o sea vital», comenta Pablo, que llegó Jugadores Anónimos motivado por el dolor. «Me costó mucho integrarme y aceptar al grupo, los veía como una manga de secos perdedores».

En los grupos no hay «altas» o diagnósticos definitivos. «Es un autodiagnóstico, acá todos somos especialistas», puntualiza.

La enfermedad….

La ludopatía es una palabra derivada de griego que significa: juego patológico. El médico psiquiatra Hugo Marietán la describe como «una tendencia irrefenable al juego que no se puede controlar porque el la padece lo vive como una necesidad».

Para la Organización Mundial de la Salud es considerada una enfermedad o trastorno mental «que requiere una predisposición psicológica individual y también estímulos externos para desarrollarse».

Sin embargo, Susana Elena Calero, médica legista y psicóloga, considera que «es una adicción poco considerada como tal en el ámbito de la Salud Mental, si bien el juego patológico o ludopatía esta considerada por la OMS como adicción dentro de las enfermedades mentales, pocos pacientes se reconocen como enfermos y no es investigada por los profesionales de la salud», según explicó en una de sus ponencias.

Consultado por , Marietan aclaró que aún no existe una explicación científica consensuada sobre los factores que podrían determinar la ludopatía «o de que existe una alteración orgánica o funcional que la provoque».

El especialista aclaró «que en este tipo de enfermedades mentales hay más hipótesis que pruebas fehacientes».

El psicólogo Hugo Pisanelli, presidente de Psicólogos y Psiquiatras de Buenos Aires, coincide en que no hay explicaciones que justifiquen la compulsión al juego «ya que aunque hay manifestaciones parecidas, no hay causas comunes», explicó a MinutoUno.com.

«No hay ningún factor físico o ni neurológico que explique la compulsión, más bien inciden determinantes psíquicos surgidos durante la infancia de la persona»; puntualizó.

SIn cura y con extensos tratamientos, algo queda claro: es mejor prevenir, que jugar.