Un crío muerto a palos dos semanas atrás, otro en estado crítico ayer, numerosas denuncias de maltrato y algo más que la sospecha de que en el floreciente sector abundan los facinerosos. El problema de la adicción de los jóvenes chinos a internet era sabido; ahora se añade el de las clínicas privadas que los tratan.

La acumulación de casos descarta la casualidad. Deng Senshan, de 15 años, murió diez horas después de que sus padres lo dejaran en una clínica de la sureña provincia de Guangxi. Las fotos mostraban su cuerpo amoratado y la cabeza ensangrentada. La policía cerró el centro y detuvo al director y 12 trabajadores, acusados de apalearle por no ser capaz de correr 5.000 metros.

Sus padres lo habían ingresado después de que su vida social se extinguiera tras la compra de un ordenador. En el contrato se estipulaba el castigo, siempre que no produjera lesiones.

Pu Liang, de 14 años, se halla en estado crítico con agua en los pulmones e insuficiencia renal tras ser golpeado en una clínica de la provincia central de Sichuan. Los padres pagaron por el ingreso más de 500 euros, una fortuna en China, tras decirles Pu que dejaba el colegio por los videojuegos. El centro también trata a chicos con problemas sociales y legales. «El castigo físico es una herramienta eficaz para educar a los chavales, siempre que sea controlado», ha declarado Wu Jongjing, responsable de la clínica. En julio fue cerrado otro centro que aplicaba electrochoques a quienes infringían su disciplina dickensiana.

DIEZ MILLONES DE ADICTOS

Hay 330 millones de internautas chinos, más que la población de Estados Unidos. Alrededor de diez millones de jóvenes son adictos, según fuentes oficiales. A las clínicas llegan los casos extremos, incapacitados para una vida normal. Los padres firman cualquier tratamiento cuya eficacia se les prometa y pagan lo que no tienen. La adicción a internet ha creado un nicho de negocio muy apetecible, estimulado por la desesperación paternal. Hay más de 400 centros privados en todo el país. Los hay ejemplares, como el del general Tao Ran, a las afueras de Pekín. Y los hay gestionados por matones sin titulación ni escrúpulos. El sector pide a gritos una regulación, pero el Ministerio de Salud ha afirmado esta semana que no prevé legislar sobre la materia.
«El mercado es un caos por la falta de estándares en la diagnosis y guías de tratamiento», clama Tao. «Las tragedias no son casuales. Muchos centros imponen entrenamientos militares que los adictos no aguantan, y ahí llegan los conflictos», afirma.