«Bienvenidos a la tierra de los agricultores. Cultivemos trigo en todo Helmand». Con este eslogan, Golab Mangal, el gobernador de Helmand, posa sonriente y con un turbante ante un inmenso campo de trigo en una valla publicitaria en Lashkar Gah, la capital provincial.

Con ese reclamo publicitario, el Gobierno afgano intenta convencer a los agricultores de Helmand, que produce más de la mitad del opio que se consume en el mundo, de que dejen de plantar adormidera y se acojan a un programa millonario para la implantación de cultivos alternativos, financiado por el Reino Unido, Estados Unidos y Dinamarca. En dos años se van a invertir 23 millones de dólares, casi 18 millones de euros.

El programa consiste en repartir fertilizantes, semillas de trigo, frutas -como albaricoques, granadas y melón- y verduras a un total 65.700 agricultores, así como ofrecerles asistencia técnica por un precio módico de 1.000 afganis (unos 16 euros). Los beneficiarios deben disponer como mínimo de dos hectáreas de tierra, ser sus responsables -el encargado o propietario- y firmar un memorándum comprometiéndose a no plantar opio. Si lo hacen, se exponen a que sus campos sean arrasados por la policía.

Helmand es una zona especialmente fértil, a pesar de la imagen que a menudo se tiene de Afganistán como un país totalmente desértico. La provincia cuenta con un clima muy soleado, un río que baña sus tierras de norte a sur y un complejo sistema de canales construido por ingenieros estadounidenses en los años 50. Algo que asegura la irrigación y que cada año permite a los agricultores disfrutar de como mínimo dos cosechas. El problema, sin embargo, es el competitivo precio del opio.

Ocho años de crecimiento

A pesar de ello, el capitán británico Michael Whitehead, uno de los responsables antidrogas del Equipo de Reconstrucción de Provincial de Lashkar Gah –formado por civiles y militares-, considera que los cultivos alternativos tienen muchas posibilidades de prosperar. «El precio de las semillas de opio y sus fertilizantes es más caro que el del trigo. También cuesta más la irrigación de los campos y los temporeros que se necesitan para recoger la cosecha. Y el agricultor de opio también debe pagar una tasa a los talibán, corriendo el riesgo de que la policía le arrase el cultivo. Por lo tanto, no es tan obvio que salga ganando con la adormidera», expone el capitán Whitehead.

De hecho, el año pasado el programa ya se puso en marcha y consiguió que por primera vez la producción de opio descendiera en un 33% –de 103.590 a 69.833 hectáreas– tras ocho años de crecimiento imparable. El cultivo masivo de trigo, no obstante, también ha tenido otra consecuencia: el precio de ese cereal se ha hundido. Antes un kilo de trigo valía entre 30 y 28 afganis (0,45 y 0,42 euros). Ahora, 20 (0,30). Si antes los agricultores ganaban más plantando adormidera, ahora el beneficio es incluso mayor.

El subdirector del Departamento de Agricultura en Helmand, Haji Habib Rahman, también se queja de que las semillas de trigo que se distribuyeron eran de muy mala calidad y los agricultores pudieron conseguir pocos kilos de cosecha. La presidenta del centro de estudios Consejo Internacional en Seguridad y Desarrollo (ICOS, en sus siglas en inglés), Norine MacDonald, confirma esa información. Y Yanagan Safi, responsable de agricultura de la ONG internacional Mercy Corps –la única que trabaja en ese tipo de proyectos en Helmand-, también asegura que ha oído las mismas quejas. El capitán Whitehead replica que todas las semillas utilizadas provenían de Helmand y que, en todo caso, el propio Ministerio de Agricultura afgano las certificó.