Cuando Wladimir Ramírez se mira en el espejo le cuesta reconocer al hombre que es ahora. «No me lo creo, no puedo creer que me paré frente a 300 personas para darles palabras de superación. Yo, que no soy ni bachiller».

Hace 10 años, Ramírez pagaba una condena por atraco, robo a mano armada y consumo de drogas. Por su mala conducta dentro de los penales fue trasladado, más de 6 veces, a distintas cárceles. En total permaneció 12 años privado de libertad.

Comenzó a consumir drogas a los 13 años de edad. Era el líder de una banda en La Silsa y todos le decían «el Caracortada», por la cicatriz que le atraviesa el rostro.

«Nunca estuve de acuerdo con las cosas que él hacía, por eso eran nuestras peleas», cuenta Yamilé Zapata, esposa de Ramírez.

Un miércoles en El Rodeo I, Zapata fue a visitarlo, como siempre lo hacía. Cuando lo vio, notó algo raro en su expresión. «¿Estás consumiendo? A mí no me puedes engañar», lo precisó. Ramírez no pudo negárselo. Ella se puso furiosa, lo golpeó, lloró, le gritó y, finalmente, le dio una última oportunidad: «Si vuelves a consumir, no te visito más».

«Ella era la única que me visitaba, por eso me puso en tres y dos. La adicción era demasiado fuerte, pero no podía perderla, y desde ese día más nunca volví a consumir nada», recuerda Ramírez.

Cadena perpetua de la sociedad. Dejar de consumir drogas fue el primer paso en la recuperación de Wladimir Ramírez. Seis meses después salió en libertad y afrontó la difícil tarea de conseguir un trabajo, más aún cuando se lleva a cuestas antecedentes penales.

José Argenis Sánchez es fundador de Liberados en Marcha, una asociación civil que fomenta la reinserción en la sociedad de ex presidiarios, porque él pasó por eso.

«Cuando salí me daba miedo hasta cruzar la calle. Mi familia no me quería recibir, pensaban que sería el mismo. Mis hermanos me rechazaban. Es difícil para una persona que ha delinquido salir y reinsertarse, porque la misma sociedad te condena. Si uno no tiene fuerza de voluntad, no sales de ese mundo», relata Ramírez y asegura que logró salir de la delincuencia gracias a su esposa, sus hijas y Dios: «No me he metido más en problemas por mi familia, porque si un día se me va la mano me pueden poner a pagar 30 años más, y la libertad es lo mejor».

Reconoce que sintió el desprecio de la gente, pero se propuso demostrar que sí podía cambiar. «Vendí películas, relojes, llenaba camionetas en Chacaíto y con eso trataba de ganarme la vida».

Hace un año, Gilbert Caro, un amigo de Ramírez de El Rodeo, lo encontró debajo del puente de la avenida Fuerzas Armadas, donde cobraba por montar gente en los autobuses.

«Lo vi con un aspecto delincuencial y lo invité a una fundación para conseguirle un trabajo digno. Vi en él mucho potencial de liderazgo», cuenta Caro.

Después de unas semanas, Ramírez se unió a un grupo de muchachos que realizaban actividades para ayudar a los familiares de los reclusos en las cárceles de todo el país, y dejó atrás la venta de películas y relojes. En poco tiempo, se convirtió en el coordinador nacional de Redes Penitenciarias. Todos los meses viaja a un estado para ofrecer charlas de superación.

«Cuando salí de la cárcel, dije que más nunca iba a volver a una, pero me enamoré de este trabajo y después de vivir el infierno que es estar allá adentro asumí un compromiso con los reclusos, porque también experimenté el maltrato».

Ejemplo para otros. El aspecto físico de Wladimir Ramírez también cambió. Ya no usa bermudas de tallas grandes y franelas holgadas, como antes.

Ahora, siempre viste con una camisa de botones y jura que no volverá a usar gorra. «Soy un hombre nuevo, no puedo dar el ejemplo si estoy vestido como un malandro».

Una de las actividades que más lo llena de orgullo fue el discurso que les dio a los muchachos de la Vinotinto Sub20 antes de competir en el Mundial Egipto 2009. «Les dije que si yo pude salirme de esa vida ellos también podían llegar lejos en el campeonato. Mi mensaje es que uno sí puede cambiar su vida. Quiero devolver con bien todo el daño que hice, y lo estoy haciendo».

Otra de las actividades que lo marcó fue cuando cambiaron una pistola por una pelota de la selección en El Rodeo. «Para desarmar a una población no es necesario entrar por la fuerza».

Lo más importante para Ramírez es devolverles la dignidad a los familiares de los reclusos: «Cuando alguien cae preso, arrastra consigo a toda una familia».

Yamilé Zapata dice que su esposo es otra persona, dedicada por completo al trabajo y que está muy entusiasmado con su labor. «Siempre pensé que él podía cambiar, pero jamás imaginé que llegaría tan lejos».