Moscú no es una ciudad tan desolada y llena de gente solitaria como parece a simple vista. Todos esos interminables ires y venires de gente, coches, torrentes de información que no tienen nada que ver con nuestra vida real y concreta, no son ni la mitad de lo que la capital rusa tiene que ofrecer. Aquí uno también puede experimentar en carne propia el trabajo voluntario en un fondo de caridad, ayudar en la conservación del patrimonio histórico de la ciudad o en un grupo defensor del medio ambiente, afiliarse a un grupo de activistas feministas que luchan por afianzar su conciencia de género, reflexionar sobre la profundidad del subconsciente en una sociedad de estudios psicoanalíticos u otras cosas por el estilo. 

Hace poco tiempo estuve en un evento organizado por la Sociedad de Alcohólicos Anónimos Anglófonos, un grupo tan particular como los ya mencionados. Su función consiste en crear un espacio para la ayuda mutua y la comunicación entre sus integrantes, dos cosas que en el fondo pueden entenderse como una sola. El centro de esta sociedad se sitúa en uno de los lugares más hermosos de Moscú, en la calle Voznésenski pereúlok. 

Aquí está la iglesia anglicana San Andrés, donde también tienen lugar las reuniones del grupo. Esta organización tiene una historia que se remonta  casi cien años atrás, cuando fue fundada en 1935 en Estados Unidos. En Rusia lleva funcionando poco más de 20 años y desde ese momento han nacido de ella muchas más sociedades de ayuda, como la Sociedad de Fumadores Anónimos, la de Drogadictos, la de Glotones, la de Adictos al Sexo, la de los Emocionalmente Dependientes, la de Hijos Adultos de Alcohólicos, etc. Las primeras reuniones de esta organización internacional en Rusia se realizaban en inglés o, como mínimo, estaban organizadas y dirigidas por entusiastas anglófonos. 

Cada día hay sesiones con diferentes orientaciones temáticas en la iglesia de San Andrés. La primera vez que llegué no fue un lunes, el día para los novatos, sino viernes, día designado para las “Refexiones de cada viernes. Sesión de meditación” (“Friday Daily Reflections/Meditation Meeting”). A la entrada me saludaron en ruso y me preguntaron si hablaba bien inglés. Poco después pude descubrir que en la reunión había bastante gente cuya lengua materna era el ruso. Pero la verdad es que las historias de estas personas sobre cómo fueron a dar en el grupo son mucho más interesantes que la mía.

La reunión fue en una habitación no muy grande y amueblada en el sótano de la iglesia. En el medio había una mesa donde estaba el coordinador de la sesión y alrededor suyo estaban dispuestas unas diez sillas. En la pared colgaba un afiche con el lema “Programa en 12 pasos de reorientación espiritual” y por todas partes se veían libros y folletos editados por la organización. Tras saludarnos, el coordinador nos preguntó a mí y a mi novio quiénes éramos y por qué habíamos decidido ir a un encuentro de ese tipo en inglés. Nosotros contestamos un poco en broma que nos avergonzábamos tanto de nuestra adicción que no podíamos hablar de este problema con nuestros compatriotas y que temíamos encontrarnos en las reuniones con conocidos o compañeros de trabajo. A mí me pareció que logramos entendernos perfectamente con ellos en todos los sentidos.

Además del coordinador había unas ocho personas en la sala. El grupo era bastante homogéneo: hombres entre 40 y 50 años, bien vestidos, de hecho, muy bien vestidos.

Como ya nos habían advertido, la sesión empezó con meditación. Después de apagar la luz, los teléfonos y otros aparatos, estuvimos inmersos en una oscuridad total y silencio durante diez minutos. Luego el coordinador le pidió a uno de los asistentes que leyera las reglas del Alcohólico Anónimo y en pocos minutos me convertí en testigo de lo que todos hemos visto alguna vez en el cine. Cada uno de los asistentes debía ponerse de pie y decir un par de frases acerca de sí mismo empezando con “Mi nombre es ….  y soy alcohólico” (“My name is… I´m an alcoholic”). En general, cada una de las historias contadas tenía ciertos rasgos específicos que la identificaba con el resto.

Eran historias anónimas que terminaban siempre en lo mismo, es decir, en que sus vidas eran horribles hasta que se unieron al grupo y encontraron el camino gracias al «Programa de 12 pasos», y cómo después todo cambió y se volvió maravilloso. Algunos describieron su agitada juventud como una vida de «alcohol, drogas, violencia y problemas con la justicia» («Alcohol, drugs, violence and problems with the police»). Todos declararon que  esa vida había quedado en el pasado, aunque cada día del alcohólico anónimo es una lucha, porque el alcoholismo es una enfermedad que no tiene cura. Después de que cada intervención el grupo le agradecía a coro su discurso y el coordinador repetía: “No tengáis miedo, podéis sentiros absolutamente libres porque ahora estáis entre amigos” (“Don’t be afraid, feel yourself absolutely free, now you are among friends”). Al final lo que más destacaron los integrantes del grupo fue su felicidad por estar allí, lo mucho que significaba para ellos poder formar parte de la Sociedad y que los presentes se habían convertido en sus amigos más cercanos.

Estuvimos hablando casi una hora y media sobre lo difícil que es mantenerse sobrio y lo bien que lo pasamos en la reunión. Sólo después logramos hablar más informalmente con algunas personas. Como ya he dicho, muchos de ellos eran rusos que habían vivido mucho tiempo en países de habla inglesa. Uno de ellos incluso contó una historia bastante conmovedora. Es un médico que vivió en Estados Unidos varios años y volvió a Rusia donde comenzó a tener problemas con el alcohol. Intentó hablar con su madre y con su esposa, pero no encontró comprensión. “Tú no eres alcohólico, simplemente bebes y ya”, le decían ellas. Sin embargo, este problema continuó agobiándolo hasta que un día tuvo la suerte de conocer a un estadounidense que vivía en Moscú. Su nuevo amigo lo llevó a las reuniones del grupo. Las personas que llevan a otro a la Sociedad son llamadas «patrocinadores». 

Otro nos insistió mucho en que fuéramos al encuentro en ruso del domingo siguiente, al que él también iba a asistir. En términos generales, la información que los miembros del grupo querían transmitir era que debían actuar conjuntamente pues es la única forma de dejar de consumir alcohol, que además hay que vivir el presente, que se debe entender que la sobriedad se puede quebrar en cualquier momento y que con tan sólo una cerveza o una bebida más fuerte uno se puede convertir de nuevo en el animal que  antes era.

Cuando estábamos preparándonos para irnos nos regalaron un folleto y una medalla recordatoria. Los miembros del grupo nos expresaron su esperanza en que no fuera la última vez que nos viéramos. Por cierto, no fue tan mala idea asistir a un evento de este tipo.