El ictus ya no es una enfermedad exclusiva de la tercera edad. La cara del infarto cerebral tiene cada vez menos años, debido sobre todo a los malos hábitos alimentarios y la falta de ejercicio que caracterizan a la sociedad del siglo XXI.

Sin embargo, la dieta y el sedentarismo no son los únicos culpables de este cambio. Otros factores, como el consumo de drogas, también están aportando su particular granito de arena al rejuvenecimiento del ictus.

Una investigación presentada en el Congreso Internacional de Ictus que se celebra estos días en Dallas (EEUU) confirma con datos claros lo que muchos especialistas vasculares llevan años advirtiendo: que la cocaína incrementa significativamente el riesgo de padecer un infarto cerebral.

Concretamente, este trabajo señala que el consumo de la droga aumenta las posibilidades de padecer un ictus de tipo isquémico; el que se produce cuando alguno de los vasos que riegan el cerebro se bloquea impidiendo un adecuado flujo sanguíneo. El riesgo, subraya la investigación, es especialmente alto en las 24 horas siguientes al consumo de la sustancia.

Los autores del trabajo, investigadores de la Universidad de Maryland, llegaron a estas conclusiones después de realizar un seguimiento a 1.101 personas de 15 a 49 años que habían padecido un ictus entre 1991 y 2008 y comparar su caso con individuos de la misma edad que no habían sufrido el problema vascular. Según sus datos, un cuarto de toda la muestra estudiada reconoció haber consumido cocaína alguna vez en su vida.

El estudio completo demostró que entre los usuarios de cocaína, las probabilidades de padecer un ictus de tipo isquémico se elevaban hasta siete veces en las horas posteriores al consumo.

«Esta relación es algo que ya conocíamos los médicos pero que sigue siendo una gran desconocida para los consumidores«, apunta Jaime Gállego, coordinador del Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares de la Sociedad Española de Neurología (SEN).

«Los datos demuestran que la cocaína no sólo es adictiva, sino que puede causar una gran discapacidad e incluso llevar a la muerte», subraya el especialista, quien recuerda que no sólo el ictus de tipo isquémico se asocia con la cocaína. «Otros estudios también han señalado su relación con infartos cerebrales hemorrágicos y otros problemas vasculares».

La clave de esta unión, aclara, tiene mucho que ver con los efectos estimulantes de la sustancia e implica distintos mecanismos. Por un lado, la cocaína potencia el papel de ciertos neurotransmisores que «condicionan una respuesta brutal en la circulación». También provoca un aumento de la tensión arterial, un fenómeno conocido como vasoespasmo -en el que los vasos sanguíneos se estrechan tremendamente- y puede provocar alteraciones en la coagulación que favorecen la aparición de trombos.

Además, esta droga genera taquicardias y un aumento del consumo de oxígeno, por lo que el corazón es otro de los grandes damnificados por su consumo. Tal y como apunta Miguel Ángel García Fernández, secretario de la Sociedad Española de Cardiología (SEC), el consumo de cocaína incrementa siete veces el riesgo de infarto en menores de 40 años, un dato que hay que tener muy en cuenta en las consultas.

«Sabemos que en el 5% de los casos de jóvenes que llegan a urgencias con un dolor torácico, está detrás la cocaína. Y probablemente la cifra sea mayor, porque muchos pacientes ocultan el dato», señala.

«Cuando llega un paciente joven con síntomas de problema vascular, no siempre se piensa en la cocaína, pero es algo que tenemos que tener en mente siempre», concluye Gállego.