Estudiar las drogas es una exploración hacia las redes neuronales y al sistema nervioso que la ciencia conoce bien, pocas cosas en la ciencia se conocen tan bien, de hecho. Silvia Cruz se ha encaminado a este estudio y puede platicar en detalle cuál droga bloquea tal neurotransmisor y el embrollo que ocurre en nuestra cabeza.

Pero eso les puede decir poco a las personas que no sean expertos en farmacología, aunque tienen interés en el tema. Por ello, la científica del Departamento de Farmacobiología del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav) Sede Sur, ha realizado diversas actividades de divulgación, escrito libros e incluso participado en foros con legisladores para transmitir este conocimiento y tomar decisiones con argumentos científicos.

Su objetivo no es dar su opinión sobre lo que piensa acerca de las drogas, sino del efecto que tienen en nuestro organismo y la ciencia detrás de ello, la cual no se sujeta a ningún juicio o percepción moral en su uso, abuso o dependencia.

La científica señala en entrevista que en esta exploración hay que partir de esta base: el cerebro se comunica por sustancias químicas que se alteran con el uso de las drogas, que se unen a sustancias específicas llamadas neurotransmisores, sacando de balance el equilibrio del sistema nervioso.

«Conocemos mucho y si bien hay cierta investigación en curso, sabemos prácticamente cómo actúan casi todas las drogas más importantes de consumo actual, en qué nivel del cerebro actúan, qué hacen a nivel celular, subcelular, molecular, a corto y mediano plazo».

Sobre los daños a la salud que ocasionan, añade, también hay una amplia idea de qué hacer para generar tratamientos, porque si conocen cuáles son los sistemas de neurotransmisión afectados por las sustancias, a su vez pueden buscar la forma de ayudar a recuperar el equilibrio en esa zona.

En su aproximación con estos temas, refiere que no puede limitarse a señalar si las drogas son buenas o malas, para ella son sustancias que pueden ser depresores o inhibidores del sistema nervioso. «Suelo decir que en vez de moral, son compuestos que tienen estructura química que se pegan a una parte específica del cerebro y alteran la conducta de la persona».

POLÍTICAS PÚBLICAS. La científica, quien recientemente publicó la segunda edición de su libro Los efectos de las drogas. De sueños y pesadillas (Trillas), puntualiza que entre los retos es hacer de este conocimiento una mejor herramienta, incidir en tratamientos y prevención, así como en la aplicación de políticas públicas. En este sentido, hay un par de casos paradigmáticos que pueden permear algunos de estos puntos y que son muy familiares.

Por ejemplo, dice, si sabemos cuáles son los niveles de alcohol que alteran la capacidad de reacción muscular y capacidad de medir reflejos, podemos poner políticas públicas como el alcoholímetro, donde sabemos que con «dicho» nivel de alcohol no importa lo que la persona crea o como se sienta, no tiene controles en sus reflejos para manejar de forma segura.

Otro es el de los espacios libres de humo de cigarro. Tras diversos análisis, científicos descubrieron que los no fumadores portaban un metabolito que solo estaba en los fumadores: cotinina. Con la investigación científica se detectó que estaba presente en la orina de personas junto a otras fumadoras.

«Así pudimos llegar a las políticas de protección de no fumadores: la manera de quitar la discusión de ‘si me hace daño o no’, es saber si una persona en un bar, por ejemplo, tiene continina equivalente a tantos cigarros…».

MADURACIÓN CEREBRAL. A lo largo de este camino de discusiones y debates para generar políticas públicas puede haber discrepancias entre los diferentes actores, pero hay ocasiones en que las evidencias no son tan susceptibles a discutirse, como en los ejemplos anteriores.

Otro punto donde la comunidad científica y otros agentes llegaron a un punto de acuerdo similar es en la protección para que los jóvenes no caigan en las adicciones. Y de nuevo, no se trata de un acto de subjetividad moral, sino que en esta población los efectos pueden ser irreversibles y más consecuentes debido a que no logran madurar su sistema nervioso.

«Después de los 21 años, uno de cada nueve que consume genera adicción; pero si lo hace en la adolescencia las probabilidades son de cuatro de cada nueve. Eso es biológico y la explicación es porque no hay maduración del sistema nervioso».

Es bajo esta justificación que se tomaron medidas sobre la venta de alcohol a jóvenes, por mencionar el caso de una sustancia socialmente permitida. En EU esta política se establece a partir de los 21 años, mientras en otros países, como México, es a los 18 años por acuerdo social: hay cierto grado de maduración cerebral con cierto grado de protección social. «El problema no son los 18 años, sino los 12 años. Ahora tenemos este problema desde la secundaria».

Por ello, enfatiza, se necesitan de leyes que los protejan. Para alcanzar esos propósitos podría haber complicaciones, pero el consenso está hecho. No obstante, acota, hay padres que no saben o comprenden esto.

«No entienden que no podemos enseñar a beber a un joven, sino todo lo contrario, que de adulto tenga control y moderación. No puedes enseñar dándole un poco de cerveza, eso es un error común, porque debemos esperar a que su sistema nervioso se desarrolle. En eso estamos de acuerdo en muchas partes del mundo, la aplicación de ese conocimiento es otro problema».

De acuerdo con Silvia Cruz, además la mejor manera de que los jóvenes se expongan, convivan y tomen decisiones sobre las drogas cuando sean adultos, es que no las consuman a temprana edad. Muchas veces las consecuencias de esto no son tan visibles como pensamos, no se requiere de tener daño hepático u otra enfermedad, como tampoco haber generado dependencia a una sustancia. Las consecuencias pueden estar en el simple hecho de cómo el individuo se desarrolla en su entorno.

La experta del Cinvestav retoma de nuevo el alcohol como ejemplo. «Si un joven a temprana edad consume mucho alcohol sufrirá una poda neuronal y evitará esta maduración cerebral que afecte el desarrollo de su corteza prefrontal, un área que nos permite actuar racionalmente sobre nuestros impulsos». Ahora, si el joven no se desprendió a tiempo de la sustancia crecerá y se desempeñará como una persona impulsiva, que no evalúa consecuencias como un adulto que maduró su cerebro.

Pero, ¿la información sobre las drogas nos haría cambiar nuestra conducta? No, sería insuficiente, eso es claro, refiere la especialista. Es un elemento de prevención y de toma de políticas y de decisiones. «Parte de la dependencia a las sustancias es que se define como consumo a pesar de tener conciencia del daño. No hay una definición simple de adicción, pero sabemos que es un trastorno de la conducta donde hay situaciones compulsivas y se mantiene a pesar de mantener conciencia del daño. Es el extremo en la dependencia».

Así, la información al alcance de las personas es una herramienta que puede ayudar, aunque no es la única frente a un problema que provocó un trastorno de la conducta. No obstante, «la discusión sobre estos temas tienen que centrarse en la información y el conocimiento».