El cannabis sativa es un arbusto silvestre que crece en zonas templadas y tropicales, pudiendo llegar a una altura de seis metros y de su resina se extrae el hachís. Su componente psicoactivo más relevante es el delta-9-tetrahidrocannabinol (delta-9-THC), conteniendo la planta más de sesenta componentes relacionados.

El hachís es la droga ilegal que más se consume en España, sobre todo entre los más jóvenes.

La peor consecuencia que presenta el consumo del cannabis es que se trivializa y todavía aparece asociado a la ecología, la solidaridad y la búsqueda de la espiritualidad, mientras que se minimizan sus devastadores efectos para la salud.

Un dato revelador y ciertamente poco conocido acerca del peligro de los cannabinoides es que siguen siendo detectables en el plasma sanguíneo hasta 30 días después de su ingesta, debido a que las moléculas de sus compuestos activos son absorbidas por los tejidos grasos y se liberan de manera muy lenta en comparación con otros psicofármacos.

Los cultivos ilícitos de marihuana, al no estar sujetos a controles de calidad, pueden rociarse con herbicidas tóxicos que son corrosivos para el esófago, llegando incluso a producir fibrosis pulmonar.

El consumo diario de hachís ralentiza el funcionamiento psicológico del fumador. Produce pérdida de la memoria inmediata, dificultades del aprendizaje y esquizofrenia. También disminuye la producción de testosterona en los hombres y produce alteraciones hormonales que afectan al ciclo menstrual y a la libido en las mujeres.

Aumenta el riesgo de padecer esterilidad, tanto en hombres como en mujeres. Se ha informado de casos de infarto de miocardio en jóvenes consumidores aparentemente sanos.

El poder destructivo de la marihuana en relación a las neuronas de ciertas áreas específicas del cerebro es devastador, más aún si tenemos en cuenta que muchos de los consumidores están en edad escolar, y por lo tanto en pleno crecimiento.