El uso de drogas durante las relaciones sexuales no constituye por sí mismo un fenómeno singular dentro de las conductas sexuales de algunos hombres gais y otros hombres que practican sexo con hombres (HSH). Sin embargo, lo que sí resulta novedoso son los nuevos patrones de consumo y las sustancias utilizadas -como la metanfetamina (también llamada tina o crystal meth), la mefedrona o el GHB/GHL- cuya popularización está teniendo un impacto sobre las conductas sexuales. Entre dichas conductas, figuran el chemsex -la utilización de drogas durante las relaciones sexuales tanto para aumentar la desinhibición como para poder prolongar la duración de las sesiones- y el slamsex (o slamming) -el uso inyectado de algunas de estas sustancias- durante las sesiones de chemsex. Dichas prácticas se han asociado a un aumento del riesgo del VIH y otras infecciones de transmisión sexual (ITS) así como a un incremento de los problemas de salud mental y de drogodependencias entre las personas que las realizan.

Durante la Conferencia sobre Retrovirus e Infecciones Oportunistas (CROI), que se ha celebrado durante esta semana en Boston (EE UU), se han dado a conocer los resultados de una encuesta sobre conductas sexuales realizada en Reino Unido y que ha evaluado la prevalencia del chemsex y el slamsex, sus factores de riesgo y su impacto sobre la salud.

La encuesta se llevó a cabo en 30 unidades del VIH en Inglaterra y Gales entre mayo y noviembre de 2014 y fue contestada por 777 personas en la misma clínica a través de ordenador. La mayoría de los participantes fueron hombres gais y otros HSH (n=532; 68%); de estos, 330 proporcionaron datos sobre su nivel de carga viral.

La encuesta reveló que aproximadamente una tercera parte (29%) de los HSH habían practicado chemsex-definido por los investigadores como «el uso de drogas para incrementar la desinhibición y la excitación sexual»- en el último año, y uno de cada diez había practicado slamsex -inyectarse drogas o ser inyectado por alguien-.

Del 29% que había practicado chemsex, un 15% comunicó haber utilizado metanfetamina; un 20%, GHB o GBL; un 11%, ketamina; y un 23%, mefedrona o sustancias de las misma clase (catinonas).

Del 10% que reveló el uso de drogas inyectables durante las relaciones sexuales, un 7% comunicó haberse inyectado metanfetamina y un 6,5%, mefedrona o similares. El uso inyectado de ketamina o GHB/GBL fue poco habitual.

Se relacionó la práctica del chemsex y el slamsex con una serie de factores de riesgo. Sin embargo, algunas asociaciones que podían esperarse no se registraron en esta encuesta. No se asoció practicar chemsex o el slamsex con el país o el origen de la persona, ni con su nivel educativo, ni con su situación laboral, el consumo de alcohol, el tener una pareja principal ni con su carga viral del VIH.

Los personas que practicaron chemsex tuvieron más probabilidades de ser hombres de mediana edad que jóvenes: un 34% de los hombres de edades comprendidas entre los 35 y los 54 años practicaron chemsex en comparación con un 20% de los hombres que tenía entre 18 y 34 años y un 19% de los que tenían más de 55 años. De la misma manera también se observaron diferencias en cuanto al lugar de residencia: un 37% de los hombres que vivían en Londres comunicaron practicar chemsex en comparación con un 17% de los que vivían fuera de Londres.

Conviene destacar que un 38% de los hombres que afirmaron haber tenido depresión o ansiedad habían practicado chemsex en comparación con el 24% de aquellos que no habían experimentado dichos trastornos mentales. Por otro lado, el chemsex fue más habitual entre los hombres fumadores (39%) que entre los no fumadores (24%).

Como consecuencia del pequeño tamaño de la muestra de hombres que practicaron slamsex, no se observaron muchas diferencias estadísticamente significativas. Con todo, se halló que la inyección de drogas fue más habitual entre aquellos que vivían en Londres (13%) que entre los que vivían fuera de esa ciudad (6%) y más común entre los que estaban tomando tratamiento antirretroviral (19%) que entre los que no lo hacían (9%).

Por lo que respecta a las conductas sexuales, un 77% afirmó haber practicado sexo anal sin condón y un 46%, sexo anal sin condón con una pareja seronegativa al VIH o de estado serológico desconocido. Sin embargo, teniendo en cuenta que la mayoría de los hombres estaban tomando tratamiento antirretroviral y tenían la carga viral indetectable, en realidad solo hubo 30 hombres (9,2%) -de los 330 de los que se disponía de resultados documentados de la carga viral- que comunicaron prácticas sexuales con riesgo de transmisión del VIH, por ejemplo practicar sexo sin condón teniendo la carga viral detectable con alguien seronegativo o de estado serológico desconocido.

Tanto las personas que practicaron chemsex como las que realizaron slamsex tuvieron 6 veces más de probabilidades de practicar sexo sin condón. Además, el chemsex se asoció con un aumento de 3 veces en la probabilidad de tener sexo sin condón con una pareja serodiscordante y con un incremento de 7,4 veces en la probabilidad de realizar prácticas de riesgo de transmisión del VIH. Asimismo, las personas que practicaron el chemsex tuvieron un mayor número de parejas sexuales -un promedio de 30 en el último año frente a las 9,5 parejas registradas en los hombres que no realizaban chemsex-.

Como era de esperar, se registró una tasa elevada de otras infecciones de transmisión sexual (ITS) entre los hombres gais y otros HSH: la incidencia de ITS se estimó en un 50% al año, es decir, la mitad de los hombres serían diagnosticado de una ITS antes de finalizar de año; un 9,4% tenía o había tenido la hepatitis C.

La probabilidad de informar sobre una ITS fue entre 3 y 4 veces mayor en los hombres que practicaron el chemsex o el slamsex. En comparación con los hombres que no practicaron el chemsex, los que lo hicieron tuvieron más de 6 veces de probabilidades de haber tenido hepatitis, y los hombres que practicaron slamsex tuvieron una probabilidad más de nueve veces mayor.

En sus conclusiones los investigadores señalan que sus resultados ponen de manifiesto la necesidad de implementar intervenciones dirigidas a reducir el riesgo de transmisión del VIH e ITS entre los hombres que usan drogas en un contexto sexual, así como a abordar los problemas de adicciones asociados a su consumo. Una conclusión que también comparten los activistas y las organizaciones del VIH, algunas de las cuales en España han empezado a poner en marcha servicios de apoyo a personas con o sin VIH que practican el chemsex y desean gestionar su consumo de drogas.

Referencia al estudio: Pufall ER et al. Chemsex and high-risk sexual behaviours in HIV-positive men who have sex with men.Conference on Retroviruses and Opportunistic Infections, Boston, abstract 913, 2016.