«Acaba de llegar una nueva droga al barrio y es la hostia», me cuenta por teléfono un viejo amigo de Barcelona. Me habla de una sustancia que, sin ser adictiva, está causando furor en los suburbios de la ciudad. Me dice que provoca euforia y alucinaciones a partes iguales. Y que la policía no la puede detectar porque va impregnada en ositos de gominolas.

Llego a mi barrio buscando esa droga mítica. La misma con la que se atemorizaba a los niños de mi generación, cuando los mayores nos advertían de que «hay gente en la puerta del colegio que reparte droga en las golosinas». Pues esa sustancia ya existe. Varias personas me confirman que en mi calle ya puedo encontrar un dealer (camello), numerosos consumidores habituales y un par de víctimas de sobredosis que han derivado en brotes psicóticos.

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