Iker Martínez vive en Basauri y lleva la mitad de sus 36 años encendiéndose un pitillo después del desayuno. «El primero fue con cinco amigos cuando iba al instituto», recuerda. Ha llegado a consumir más de dos paquetes al día, pero ya no pasa de tres cigarrillos. «Y lo podría dejar, pero…». Dice que el precio de las cajetillas le ha llevado a echar el freno, aunque su reciente paternidad y el cáncer de garganta que le diagnosticaron a su padre, otro fumador de pro, el pasado noviembre pesan especialmente en la decisión. «Cuando ves de cerca lo que puede pasar te acojonas».

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