Nota: artículo original publicado en www.gtt-vih.org/

De acuerdo con un conjunto de estudios presentados durante la Conferencia sobre Retrovirus e Infecciones Oportunistas (CROI 2017), que se celebró la semana pasada en Seattle (EE UU), dejar de fumar ofrece grandes beneficios a las personas que viven con el VIH. Apenas un año después de dejar el hábito, la incidencia de un abanico de diferentes tipos de cáncer relacionados con el tabaco desciende de forma significativa, aunque el riesgo de sufrir cáncer de pulmón persiste. Además, fumar probablemente contribuye mucho más al riesgo de sufrir una enfermedad cardiovascular en las personas con el VIH que la carga viral, el régimen antirretroviral o cualquier otro factor relacionado con el virus (véase La Noticia del Día 06/02/2015).

Es bien sabido que el tabaquismo es más habitual en personas con el VIH que entre la población general. Aproximadamente el 17% de la población general de EE UU fuma frente al 40% de las personas que viven con el VIH. Las cifras comparativas para el Reino Unido son del 19 y 29%, de forma respectiva, y las personas con el VIH son especialmente propensas a ser fumadoras empedernidas.

Según un estudio publicado recientemente, se estima que el tabaquismo tiene más impacto en la esperanza de vida de las personas con el VIH que la propia infección controlada por el tratamiento (véase La Noticia del Día 25/05/2015). Asimismo, el tabaquismo es el mayor factor de riesgo para el desarrollo de numerosos cánceres, especialmente el cáncer de pulmón. Se ha observado que en la población en general el riesgo de desarrollar cáncer de pulmón tras dejar de fumar disminuye, sin embargo, se desconoce si sucede lo mismo en las personas con el VIH que deciden dejar el hábito.

Con el objetivo de arrojar más luz sobre esta cuestión, investigadores de la Universidad de Londres (Reino Unido) y de la cohorte de gran tamaño D:A:D realizaron un análisis para cuantificar el riesgo de desarrollar diferentes tipos de cánceres entre las personas exfumadoras pertenecientes a dicha cohorte. El estudio contó con 35.424 participantes inscritos entre 2004 y 2015 donde se comparó la incidencia de cáncer entre las personas que eran fumadoras, aquellas que nunca habían fumado, los participantes ex-fumadores y aquellos que lo dejaron durante el tiempo que duró el estudio. Las personas exfumadoras fueron estratificadas de acuerdo con el tiempo que llevaban sin fumar (menos de un año, entre 1 y 2 años, entre 2 y 3 años, entre 3 y 5 años y más de 5 años).

Los participantes recibieron seguimiento durante una mediana de nueve años. Durante ese tiempo, se diagnosticaron 1.980 casos de cáncer, incluyendo 242 casos de cáncer de pulmón y 487 casos de otros tipos de cáncer asociados al tabaco (como el de cabeza y cuello, de esófago, de estómago, de páncreas, de riñón y vías urinarias, de ovarios y de hígado) y 1.251 no relacionados con el tabaco. El cáncer de pulmón se dio, principalmente en personas que actualmente fumaban (70%) o exfumadoras (21%). Asimismo, otros cánceres relacionados con el tabaco ocurrieron en un 52% en fumadores y en un 21% en exfumadores. Del mismo modo, los cánceres no relacionados con el tabaco se diagnosticaron en mayor medida en fumadores (47%) y exfumadores (20%).

Los resultados del análisis muestran que la incidencia de cualquier tipo de cáncer relacionado con el tabaco (excluyendo el cáncer de pulmón) descendió de forma notable un año después de abandonar el hábito y, posteriormente, la incidencia fue similar a la que presentaban las personas que nunca habían fumado. También se observó que tanto la edad, como el género o el recuento de células CD4 no influyó en el riesgo de desarrollar cáncer.

Por otro lado, la incidencia de cáncer de pulmón siguió siendo como mínimo 8 veces superior entre los exfumadores, en comparación con las personas que nunca habían fumado, transcurridos cinco años después de dejar de fumar. Este hallazgo contrasta con los observados en estudios con personas sin el VIH, donde cinco años después del abandono del hábito se empezó a hacer evidente la reducción del riesgo de sufrir cáncer de pulmón.

El desconocimiento de la cantidad de tabaco consumido, así como la duración del hábito de fumar son algunas de las limitaciones del estudio ya que son factores que podrían estar influyendo en el riesgo de desarrollar cáncer. Los mismos investigadores sugieren que en los seguimientos a largo plazo de las personas con el VIH sería de utilidad registrar éstas y otras informaciones para hacer una valoración más precisa del riesgo, especialmente el cáncer de pulmón.

Un segundo estudio analizó la contribución de diversos factores de riesgo en la posibilidad de sufrir un ataque al corazón en las personas que participaban en el estudio de cohortes norteamericanas NA-ACCORD. Este análisis contó con 29.515 personas con el VIH y que recibieron seguimiento mediano de tres años y medio. Durante este periodo se produjeron 347 ataques al corazón.

Los diferentes factores de riesgo que se tuvieron en cuenta en el análisis fueron el tabaquismo, el colesterol elevado, la hipertensión tratada, la diabetes, el índice de masa corporal (IMC) con puntuaciones de 30 o superiores y el estadio 4 de la enfermedad renal crónica. Además se consideraron otros factores específicos de la infección por el VIH como tener un recuento de células CD4 inferior a 200 células/mm3, no tener la carga viral indetectable, tener diagnóstico de sida e infección del virus de la hepatitis C (VHC).

La prevalencia de tabaquismo fue extremadamente alta: un 75% entre las personas que no experimentaron un ataque al corazón y un 84% entre las que sí lo sufrieron. Los resultados del análisis mostraron que las personas fumadoras tenían un 80% más de probabilidades de experimentar un ataque al corazón respecto a las personas que nunca habían fumado. Se observó un riesgo similar en las personas con un estadio 4 de la enfermedad renal crónica, diabetes o recuento actual de células CD4 inferior a 200 células/mm3. Las personas con hipertensión, con independencia de estar recibiendo tratamiento para ello, tenían cuatro veces más de probabilidades de sufrir un ataque cardiaco que aquellas que no tenían problemas de tensión. Del mismo modo, los participantes con un IMC de 30 o superior y valores elevados de colesterol tenían tres veces más de probabilidades de tener un ataque al corazón que aquellas sin valores altos de colesterol. Sorprendentemente para los investigadores, tener altas puntuaciones en el colesterol en ausencia de obesidad no se asoció con un incremento de sufrir esta dolencia.

El presente análisis también evaluó cómo disminuiría el número de ataques al corazón al modificar los factores de riesgo. Así, observaron que si todas las personas dejaran de fumar, se evitaría el 38% de todos los ataques al corazó; si todas tuvieran un nivel normal de colesterol, se evitaría el 43% de todos los ataques al corazón; y si todas tuvieran una presión arterial normal, se evitaría el 41% de todos los ataques al corazón.

Por comparación, la modificación de los factores de riesgo relacionados con el VIH (un recuento bajo de células CD4, el no tener una carga viral indetectable, tener un diagnóstico de sida o presentar una coinfección por hepatitis C) tendría un efecto muy limitado sobre el número total de ataques al corazón.

En la misma línea, un modelo de simulación desarrollado por el Instituto de Salud Global y Desarrollo de Ámsterdam (Países Bajos) predijo la incidencia anual de enfermedades cardiovasculares utilizando los datos de la cohorte nacional holandesa de personas con VIH ATHENA (siglas en inglés de Evaluación de la Terapia Antirretroviral en Holanda) y la cohorte D:A:D. El modelo predijo que la incidencia anual incrementaría en un 55% entre 2015 y 2030. El modelo también sugiere que las mejoras en las tasas de deshabituación tabaquica podría reducir el número de ataques cardiacos entre un 6 y un 13% cada año.

Los diferentes estudios sugieren que existe la necesidad de poner un énfasis mucho mayor en la importancia de que las personas con el VIH dejen de fumar, así como de dar más relevancia al manejo de los niveles de colesterol y de la presión arterial elevada. Esto supondrá contar con una mayor implicación por parte de los médicos de atención primaria y de los servicios de atención médica no específicos del VIH.

Referencia: Althoff K et al. Impact of smoking, hypertension & cholesterol on myocardial infarction in HIV adults. Conference on Retroviruses and Opportunistic Infections (CROI 2017), Seattle, abstract 130, 2017.

Shepherd L et al. Cessation of cigarette smoking and the impact on cancer incidence in the D:A:D study. Conference on Retroviruses and Opportunistic Infections (CROI 2017), Seattle, abstract 131, 2017.

Van Zoest R et al. Cardiovascular prevention policy in HIV: recommendations from a modeling study. Conference on Retroviruses and Opportunistic Infections (CROI 2017), Seattle, abstract 129, 2017.