Al menos 2.300 canadienses murieron el año pasado por una sobredosis de opioides. Y la situación sigue empeorando. En la provincia más afectada, la Columbia Británica, los fallecimientos ligados a las drogas ilegales han aumentado un 50% en el primer trimestre de 2017 con respecto al año pasado. «Esta crisis es uno de los mayores desafíos de salud pública de nuestro país, y ni siquiera podemos cuantificarla con precisión», se lamentaba este domingo la ministra de Sanidad canadiense, Jane Philpott, después de desgranar las estadísticas parciales que maneja su gobierno sobre los efectos devastadores del fentanilo, el potente opiáceo que está matando a más personas en su país que cualquier epidemia infecciosa reciente, incluido el pico del sida de los años noventa.

El fentanilo se ha convertido en el protagonista de la edición número 25 del Congreso Internacional de Reducción de Daños que se celebra en Montreal estos días. Philpott lo situó en el centro de su discurso de inauguración al anunciar un plan de choque que incluye la apertura de nuevas salas de venopunción controlada y el encargo de un estudio epidemiológico que ayude a entender y atajar la crisis. Y el trabajo científico que más interés ha despertado es el que por primera vez ha intentado saber cómo de abundante es el fentanilo en la calle y qué se puede hacer para mitigar sus riesgos.

El equipo de Mark Lysyshyn, epidemiólogo y profesor en la Universidad de British Columbia, analizó entre julio de 2016 y marzo de 2017 más de 1.000 muestras de droga de los usuarios de la sala de venopunción controlada –la primera narcosala de Norteamérica, llamada Insite— de Vancouver. En total, casi ocho de cada diez contenían fentanilo. En el 83% de las muestras de lo que los usuarios creían que era heroína se encontró también esta sustancia. El 82% de lo que compraron como metanfetaminas estaba adulterado con este peligroso opiáceo, 100 veces más tóxico que la morfina. En el 40% de la cocaína analizada también apareció el fentanilo.

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