«Cuando hace calor, el organismo tiende a deshidratarse», explica el doctor David Rodríguez, profesor de la Universidad de Salamanca y autor del libro Alcohol y cerebro. «Perdemos mucho líquido, ya que el sudor ayuda a bajar la temperatura de nuestro cuerpo». Perdemos agua sin darnos cuenta y aunque no lo parezca, al no haber gotas o sudoración continua». A esto se le une que nuestro metabolismo está más activo, «ya que nuestro mecanismo de termorregulación tiene que trabajar más» para mantener la temperatura corporal.

El alcohol pone trabas a ambos procesos: por un lado, es diurético, lo que contribuye aún más a la deshidratación, ya que eliminamos más agua al orinar; por el otro, «estamos sometiendo al metabolismo al procesamiento de una sustancia extra», con lo que dificultamos su trabajo.

Además de eso y como tenemos calor, es fácil «beber más cantidad», con lo que entramos en un círculo vicioso que acaba al día siguiente con dolor de cabeza, náuseas y lamentos. Todo esto se ha de sufrir a 38 grados, sumando un nuevo inconveniente: «Al malestar propio le unes el malestar externo».

Y si al calor habitual le sumamos una ola de calor, nos encontramos con que «hay que extremar las medidas».

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