En el mostrador de la farmacia, Josefina, de 82 años, expresa en voz alta su indignación: hace unos días su médico le “ha sustituido el Tranxilium por otro fármaco” y, desde entonces, es incapaz de dormir. Cuenta que, al acostarse, oye “ruidos” que le provocan ansiedad y no pega ojo. Añora la pastilla –un derivado de benzodiacepina– que “llevaba años tomando”. ¿Cuántos? No sabría decir exactamente: “Bastantes”, contesta vagamente.

Ana tiene 40 años menos que Josefina, pero, como ella, también hace “bastante tiempo” que se toma “de dos a tres benzos” antes de dormir. Explica que lo hace porque sufre ansiedad. Como María, que la ha apodado “la pastilla del a mí plin” y que le sirve tanto para conciliar el sueño como para sobrellevar los problemas del día a día. Lleva años tomándola y no se ha planteado dejarla.

A Luis, su médico de cabecera le ha prescrito diazepam, el derivado más popular de la benzodicepina, como remedio al bruxismo nocturno (apretar los dientes). No es la primera vez que se lo recetan: ya lo ha utilizado para aliviar los dolores de una contractura muscular.

La de las benzodiacepinas es la familia de psicofármacos (medicamentos que actúan sobre la actividad mental) con mayor presencia en los países desarrollados. De hecho, como explica el profesor Julio Bobes, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, “son los medicamentos más consumidos de la farmacopea médica en todo el mundo: por delante de los antibióticos, los analgésicos y los antiinflamatorios”.

Y dentro de esta estadística, hay países, como el nuestro, que despuntan: según el último Informe de utilización de los medicamentos (2014) del Ministerio de Sanidad, España estaría situada por encima de la media europea en el consumo de estos fármacos, también conocidos como ansiolíticos e hipnóticos. Y no sólo entre la población adulta: un reciente estudio del Plan Nacional sobre Drogas, realizado a partir de 35.000 ­entrevistas a estudiantes de secundaria, revela que en el 2016/2017 uno de cada seis adolescentes calmó sus tensiones –ante un examen o una ruptura sentimental– tomando benzodiacepinas. Por primera vez, estos tranquilizantes superan al alcohol y al tabaco como droga de inicio entre los jóvenes.

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