Sin duda hoy en muchos hogares españoles se estará haciendo una evaluación de los daños colaterales del «macrobotellón» que ayer se celebró en más de una veintena de capitales de nuestro país y al que miles de jóvenes habían sido convocados mediante mensajes de correo electrónico y a móviles (SMS). Enfrentamientos con las autoridades, peleas con otros chicos, accidentes de tráfico, intoxicaciones etílicas, ingresos hospitalarios, multas económicas, agresiones, prácticas sexuales de riesgo, conflictos familiares y, cuando menos, una monumental resaca tendrá ocupados a miles de ciudadanos españoles después de este evento que los especialistas no han dudado en calificar de desafío, por parte de la juventud, a la tutela de los adultos. No obstante, lo que más preocupa a los expertos es que el «botellón» no es, ni mucho menos, un fenómeno aislado. Cada fin de semana, miles de jóvenes compran alcohol en los supermercados y quedan en la calle para consumirlo hasta caer ebrios. Dicen que así se divierten, que creen que el alcohol no les perjudica, que en los bares les dan «garrafón» (alcohol adulterado) y que las copas son caras. Otros se quejan de la falta de alternativas para el ocio y algunos dicen acudir a estas citas por la presión de sus amigos. Sea como fuere, la factura que tendrán que pagar, no tardando mucho, será demasiado alta.

La ministra de Sanidad, Elena Salgado, ya lo ha advertido: «la solución a la cuestión del consumo abusivo del alcohol es mucho más difícil que la del tabaco», manifestó hace un par de días en relación al «macrobotellón» celebrado ayer en varias capitales españolas y a la intención de la cartera que dirige de estudiar este problema en profundidad, como ya se ha hecho con el tabaco y el cannabis, las sustancias de abuso preferidas de la población española más joven.

Y la tarea que se le presenta a la titular de Sanidad es especialmente ardua porque, si bien con respecto al resto de las drogas sigue existiendo una percepción más clara del riesgo que acarrea su consumo (aunque en el caso de la marihuana haya descendido drásticamente), en el del alcohol es completamente diferente.

Vivimos en una sociedad en la que todo se celebra con bebidas espirituosas, tanto en el ámbito familiar, como profesional y social, y buena parte de la población considera absolutamente normal ingerir estos productos prácticamente a diario. De hecho, la mayoría de los adolescentes prueba por primera vez el alcohol dentro del seno familiar.

Es más, hace algunos años los profesionales de Atención Primaria llamaron la atención sobre el dato de que lo que sus pacientes consideraban una ingesta normal de este tipo de productos estaba muy por encima de los estándares que se habían establecido como moderados (un vasito de vino en las comidas o el equivalente en otros licores).

Esa aceptación social hace que los adolescentes puedan conseguir bebidas de este tipo sin demasiadas trabas, ya que en el fondo se piensa que el problema no es para tanto. Sin embargo, el alcohol es la única droga que riega todas las reuniones juveniles, independientemente de que en ellas se consuman otras sustancias de abuso.

«El alcohol es un invitado omnipresente en todas estas citas. Se toma junto con cannabis y tabaco fundamentalmente, pero también añadido a las pastillas, a la cocaína y a los demás estupefacientes», corrobora Ignacio Calderón, director general de la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD).

DAÑOS DIRECTOS

Sin embargo, los que piensan que el alcohol no daña la salud o que sus efectos negativos pasan rápidamente sin dejar huella están completamente equivocados. El etanol (agente tóxico que contienen estas bebidas) se elimina prácticamente en su totalidad en el hígado.

En los casos de ingesta abusiva, este órgano no puede manejar tanta cantidad de alcohol, especialmente si son chicas y su constitución es delgada, y los efectos nocivos empiezan rápidamente a hacer mella en el tejido neuronal.

Es entonces cuando aparecen la falta de coordinación, la euforia, la agresividad, el mareo, el dolor de cabeza, los vómitos, la pérdida de consciencia, el coma etílico (sólo en Madrid el pasado año se registraron 10.000 casos) y, en ocasiones extremas, la muerte. Cabe recordar que un coma inducido por el abuso de alcohol puede provocar síntomas (convulsiones, hipotermina, hipoglucemia…) que si no se atienden correctamente pueden tener un desenlace fatal.

Eso por no hablar del malestar del día siguiente. Una resaca en toda regla viene acompañada de problemas digestivos, más vomitonas, migrañas y problemas motrices.

A más largo plazo, numerosos estudios han demostrado que las borracheras frecuentes -el 63% de los escolares españoles de entre 14 y 18 años bebe habitualmente y llega a la ebriedad una media de casi tres veces al mes, es decir, prácticamente todos los fines de semana- perjudican el crecimiento (alteran la producción de las hormonas implicadas en este proceso), favorecen la obesidad (el alcohol aporta muchas calorías, pero pocos nutrientes) y daña las funciones cerebrales hasta el punto de generar problemas en el aprendizaje, la memoria y las habilidades cognitivas que requieren cierta rapidez de razonamiento y reflejos. De hecho, la mayoría de los especialistas tiene la percepción de que las altas tasas de fracaso escolar se deben, entre otros factores, a que ha aumentado la ingesta alcohólica a edades demasiado tempranas.

Finalmente, consumir alcohol de manera frecuente, incluso según el patrón compulsivo de fin de semana que parece haberse impuesto entre los adolescentes, acaba generando una tolerancia (cada vez necesitan beber más y con mayor frecuencia para obtener los mismos efectos) que les coloca en la «cuerda floja» a la hora de desarrollar un problema de alcoholismo en la edad adulta.

MALES INDIRECTOS

Muchos expertos ya están avisando de que en las generaciones venideras, los sistemas sanitarios tendrán que enfrentarse a una plétora de patologías derivadas del «botellón» (cirrosis, hepatitis, pancreatitis, alteraciones renales, tumores…).

Pero el rosario de perjuicios para la salud derivados del abuso de alcohol no acaba ahí. Estas bebidas suelen encontrarse en la raíz de muchas enfermedades de transmisión sexual, de agresiones de este tipo, de embarazos no deseados, de contagios del virus del sida… por practicar sexo sin protección.

Por otro lado, estos productos precipitan la aparición de problemas psiquiátricos o agravar los que ya existen. Algo parecido ocurre con otras drogas, con el tabaco y con muchos medicamentos. El alcohol multiplica sus efectos nocivos en el organismo, anula sus beneficios (en el caso de ciertos tratamientos médicos) o incrementa el número de reacciones adversas.

Finalmente, y por mucho que se hayan proclamado las propiedades cardiosaludables de la ingesta moderada de alcohol, lo cierto es que los especialistas se cuidan mucho de airear recomendaciones de este tipo por lo difícil que es establecer un umbral de seguridad y porque estos consejos suelen esgrimirse como excusa para perder el control. El abuso de bebidas espirituosas provoca hipertensión, taquicardias, arritmias y, a más largo plazo, insuficiencia cardiaca.

Por otra parte, está demostrado que el alcohol juega un papel decisivo en los accidentes de tráfico y en los incidentes violentos. A este respecto, el director general de la FAD afirma que «los adolescentes han arrinconado a los adultos. Quieren una cosa y para conseguirla imponen la ley del más fuerte. El alcohol potencia esa agresividad, pero ésta no es más que un síntoma de que hemos perdido la capacidad de tutela de nuestros menores, que están completamente asilvestrados», resume este experto.

¿QUÉ HACEMOS?

Muchos creen que hemos entrado en una especie de fase sin retorno y que la solución a este enorme problema, en la que «el alcohol es sólo la punta del iceberg», según Calderón, es tremendamente complicada.

La prohibición es, en opinión de todos los especialistas consultados por SALUD, sólo un parche de utilidad muy relativa para maquillar los problemas que el «botellón» genera en lo referente a la alteración del orden público y a la convivencia ciudadana. «Ahora los jóvenes se van a sitios más despejados, permiten dormir a los vecinos, pero el problema no ha desaparecido. Ni han dejado de beber compulsivamente ni han variado un ápice su conducta y su visión con respecto al alcohol», manifiesta el responsable de la FAD.

De hecho, y a pesar que beber en la vía pública conlleva multas de 300 euros en ciudades como Madrid o Barcelona, y a que ya se han puesto miles de sanciones de este tipo, esta costumbre no ha desaparecido de estas y otras grandes urbes. Simplemente ahora se escogen descampados o polígonos más apartados para hacer exactamente lo mismo: beber.

En cuanto a las campañas publicitarias destinadas a disuadir a los adolescentes del consumo de ésta y otras sustancias de abuso los expertos tampoco se muestran demasiado optimistas (están desorientados porque no saben bien cómo acertar; si con mensajes agresivos o siendo más persuasivos). En lo que sí se manifiestan firmes es en la necesidad de restringir las inserciones publicitarias de bebidas alcohólicas, independientemente de cuál sea su graduación (actualmente está permitido anunciar las de pocos grados); máxime cuando existen datos suficientes que demuestran que los anuncios y otras estrategias de mercadotecnia (promociones, regalos…) elevan el riesgo de que los menores se inicien en el consumo de bebidas alcohólicas.

Asimismo, se han desarrollado propuestas alternativas para llenar las horas de ocio de los chavales abriendo polideportivos los fines de semana, organizando actividades lúdicas en centros sociales y potenciando las actividades deportivas. De hecho, una de las quejas de los directamente implicados es que, si bien irse de «botellón» no les cuesta más de cuatro o cinco euros, asistir al cine, al teatro o, simplemente comprar un disco o un libro multiplica esta cifra por tres o cuatro.

El objetivo final no es sino retrasar lo máximo posible la edad en la que los jóvenes comiencen a beber. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), los 18 años sería el límite, pero muchos expertos lo sitúan en los 20. «En esas etapas los efectos sobre el organismo no son tan devastadores pero, sobre todo, su actitud ante la bebida suele ser más responsable y moderada», argumenta Calderón. No obstante, para lograrlo, se debe comenzar la tarea desde la infancia. «A los 13 años ya es tarde porque en ese momento el colegio y los padres son los enemigos a batir y ya se enfrentan a la vida real sin las herramientas necesarias», dice Ignacio Calderón.

En opinión de éste y otros especialistas, las familias deben esforzarse por establecer unos límites a los más pequeños, enseñarles que sus actos tienen consecuencias y que deben tomar decisiones basadas en información fidedigna. Deben inculcarles los valores del respeto y la responsabilidad para que cuando se enfrenten a los problemas reales fuera de casa puedan hacerles frente con mayor seguridad y sin presiones.

«Es esencial establecer unos lazos estrechos entre la familia y la escuela y que los educadores se sientan respaldados, algo que actualmente se ha deteriorado mucho y ha envalentonado a los menores. También habría que mejorar sus condiciones laborales y quizá recuperar la figura del aprendiz porque el entorno laboral les ayuda a adquirir responsabilidad», apostilla el director general de la FAD.

En todo caso, los implicados en esta lucha (médicos, educadores, progenitores y gestores) piden que las iniciativas que se implanten tengan continuidad en el tiempo, independientemente del devenir político, para poder ver resultados.


Y si Mahoma no va a la montaña…

Los jóvenes no van al médico. Primero porque están sanos y segundo porque en el centro de salud pueden toparse con vecinos del barrio a los que no desean ver. Pero sí se plantean dudas que conciernen a su salud (drogas, conducta alimentaria, sexualidad…) que deben ser consultadas con un médico. Para evitar que estas cuestiones se resolvieran de mala manera, Josep Cornellà, médico especializado en atender a este segmento de la población empezó a trabajar hace ya ocho años en el programa Salud y Escuela, una iniciativa que traslada la consulta al Instituto, territorio adolescente por excelencia. El profesional sanitario va al centro educativo dos veces por semana y atiende de forma individual y absolutamente confidencial (clave del éxito de los programas dirigidos a los más jóvenes) a los alumnos. Si es necesario se derivará a un especialista aunque «sólo pasa en el 10% de los casos. Afortunadamente suelen estar sanos», matiza Cornellà. En cuanto al consumo de alcohol, los jóvenes se preocupan por saber si los riesgos son tan graves como se pretende hacer creer, cómo actuar en caso de intoxicación, cuál es el umbral de seguridad para beber… el galeno ha de informarles con rigor pero sin moralina y equilibrando siempre confianza y autoridad. El adulto es su médico, no su colega. El programa se está implantando en centros públicos y concertados de toda Cataluña con una acogida excelente. «Los padres nos dicen que incluso pagarían por ello. A esa edad, los adolescentes tratan a toda costa de escapar de la influencia paterna y el hecho de tener un médico cerca tranquiliza a los progenitores porque saben que al menos hay alguien cualificado para responderles», resume el experto.


¿SABÍA QUE…?

  • Mezclar alcohol con bebidas energéticas no amortigua el daño. Por el contrario, como la combinación sabe mejor, se tiende a beber más, lo que aumenta el riesgo de intoxicación.

  • El efecto de una borrachera tarda unas tres semanas en desaparecer del hígado. Si se coge una cada fin de semana los daños se multiplican enormemente.

  • Ninguno de los remedios populares contra la resaca dan resultado ni minimizan el perjuicio que sufre el organismo.

  • El alcohol reduce el deseo sexual del varón y el tamaño de sus testículos. Favorece la impotencia. Por su parte, hace que la mujer sea más masculina.

  • El etanol es un agente tóxico sin ningún efecto terapéutico. No combate la anemia ni abre el apetito ni alivia la tristeza ni tranquiliza ni ayuda a conciliar el sueño ni a entrar en calor.

  • En España se registran anualmente unas 12.000 muertes atribuibles al alcohol, principalmente por cirrosis, enfermedades hepáticas y accidentes de tráfico.