Gráfico adaptado de Stat News.

En 1990, un gramo de cocaína pura costaba en torno a 198 dólares en las calles de Estados Unidos. Diecisiete años después, ese mismo gramo costaba 98 dólares, un 80% menos. Desde entonces, el precio ha permanecido más o menos estable, con altibajos en función de la violencia en los países productores -Colombia y Perú- y distribuidores -México-, aunque la tendencia es a la baja.

Desde que Richard Nixon decretara la “guerra contra las drogas” en 1971 el precio de las drogas más consumidas –marihuana y sus derivados, cocaínaheroína y metanfetamina– ha caído sistemáticamente, en tanto que la calidad de las mismas no ha hecho más que aumentar. Eso significa que los miles de millones de dólares gastados en todo el mundo en seguridad, vigilancia y represión no han servido para nada o, mejor dicho, han permitido levantar enormes fortunas a los narcos, armas ejércitos más poderosos que muchos países y matar y encarcelar a cientos de miles de personas, muchas de ellas inocentes.

Dinero gastado en la guerra contra las drogas. Infografía: Matador Network.

La guerra contra las drogas es posiblemente la mayor derrota de Estados Unidos, el declinante imperio especializado en perder guerras, pues no consigue una victoria desde la guerra de Corea, hace más de medio siglo. En este caso el fracaso es aún más notorio, porque entre sus aliados se cuentan la práctica totalidad de los estados del mundo, involucrados en una guerra que muchas veces no va con ellos y que cuesta billones a sus erarios. Como muestra, un botón: Irán aplica la pena de muerte por delito de tráfico de drogas y, sin embargo, 2,8 millones de iraníes consumen drogas ilegales.

Los datos que ilustran este gráfico están extraídos del estudio más pormenorizado realizado hasta la fecha en términos económicos sobre las drogas ilegales, la base de datos de la DEA -la agencia estadounidense para la persecución de las drogas- llamada System to Retrieve Information for Drug Evicence (STRIDE), que registra desde hace varias décadas el precio y la pureza de las distintas sustancias incautadas en la calle.

Si en el caso de la cocaína la caída ha sido acentuada, el desplome de la heroína es aún más espectacular: un gramo de heroína con un ridículo 24% de pureza costaba la friolera de 2.283 gramos en 1986, y “sólo” 465 dólares en 2012, con una pureza ligeramente mayor, del 31%. La heroína ha sido tradicionalmente más cara y difícil de conseguir en EE.UU. que en Europa, dado que su origen, AfganistánPakistán y, cada vez menos, el sudeste asiático, está mucho más lejos. Aun con todo, los traficantes han logrado mejorar su oferta mientras reducían su precio, en un alarde de eficiencia digna de estudio -no es broma: ya se hace- en las escuelas de negocio.

¿Cómo es posible que un producto, como la heroína o la cocaína- cuya producción y consumo está prohibida en casi todo el mundo siga siendo accesible -a un precio altísimo, pero accesible- para consumidores de casi todo el orbe? Muy sencillo: los carteles funcionan como cualquier corporación multinacional, aunque en este caso cuentan con la prohibición como una condición inevitable de su negocio, un coste que repercute en el consumidor.

Entre los años 80, cuando Pablo Escobar empezó a erigir su imperio de la cocaína en Colombia, hasta nuestros días la demanda de la materia blanca ha crecido varios órdenes de magnitud, permitiendo a las mafias conseguir mejores economías de escala y abaratar sus productos. Más demanda y mejores economías de escala = precios más bajos. Pura economía de mercado en marcha.

En plena espiral de violencia durante los años 90, los traficantes de cocaína aplicaron el equivalente a un 33 por ciento de precio extra a la droga para compensar a sus camellos y pistoleros por el riesgo asociado a la violencia, según los datos recopilados por los profesores Paul Caulkins y Peter Reuter, de las universidades Carnegie Mellon y Maryland, respectivamente. Según recoge un artículo publicado en Slate en 2012, la disminución de la violencia a finales del siglo XX supuso la reducción de este “premium” y, en consecuencia, de una caída del precio medio, aunque el incremento de la violencia en México a partir de esta fecha supuso un rebote en el precio de la cocaína.

Como comentaba en un artículo reciente en este mismo blog, existe una correlación lineal e ineludible entre la cocaína que consumimos en Europa y las muertes y la destrucción de la selva que se producen en América para producirla y hacerla llegar a su destino. Obviamente, el primer responsable de esta situación es la propia prohibición: producir un gramo de cocaína en origen cuesta poco más de un dólar en la selva, pero multiplica su precio por 50 al llegar a Europa o incluso por 200 en Australia. Ese fabuloso aumento sirve para salvar fronteras, pagar sobornos, derribar gobiernos, armas ejércitos y eliminar rivales para, finalmente, satisfacer la insaciable demanda del mercado.

En un mundo en el que las drogas fueran legales el precio de una dosis de cocaína no tendría por qué ser mayor que un café, su calidad sería mucho más alta y el consumo, más o menos el mismo que ahora, cuando cualquier hijo de vecino puede conseguir un gramo en menos de lo que tarda en recibir una pizza en casa.

Puedes ver el gráfico interactivo en Stat News. Con información de Slate, NY Times, StramboticEl País.

Nota: artículo original publicado en blogs.publico.es